En el 2003 fue nuestro primer camino; lo hacíamos por tramos y, en esta ocasión, la etapa acontece en un fin de semana de otoño entre Burgos y Hontanas, que se nos hizo penosa por el temporal de lluvia y viento que sufrimos durante todo el día. Lo cierto es que al llegar a Hontanas estábamos calados hasta los huesos y con plomo en nuestras botas por el barrizal habido en el camino. Hontanas estaba prácticamente vacío y nos alojamos en el albergue municipal, regido porlas mujeres del pueblo. Una joven pareja de coreanos ya habían llegado, los cuales, como mi esposa y yo, también estaban empapados; la chica con un secador de pelo intentaba deshumedecer una camiseta. Hontanas, entonces, apenas tenía servicios y la única posibilidad de comer alguna cosa era el albergue particular de Victorino, que estaba cerrado y al que acudimos para aporrear la puerta y solicitar algún yantar antes de irnos a dormir.
Nos abrió Victorino, pero no nos quería dejar entrar pues estaba clausurado, aunque, posiblemente, le dimos tanta lástima que nos dejó pasar hasta el comedor del albergue, donde nos sentamos y preguntamos qué podíamos comer.
Lo que pudimos comprobar fue una cierta falta de higiene en general. Victorino nos ofreció un potaje en el que se revolvían todo tipo alimentos. Miré a mi esposa que, rápidamente, pregunto: ¿Nos haría un par de huevos fritos con patatas? a lo que el hospitalero respondió con una negativa tajante.
Rápidamente rogué, ¿nos pone dos cocacolas y un poco de queso? a lo que Victorino accedió, ofreciendo antes un perol de alubias, garbanzos, patatas y alguna otra cosa, que fue rechazado con total celeridad, mientras nos ofrecía dos vasos para las cocacolas, que limpiaba con un trapo. Nosotros tomamos la determinación de bebernos las cocacolas directamente de la lata y comernos el pan con queso como frugal cena de fin de etapa.
Seguidamente, entraron en el albergue una pareja de ciclistas; una chica brasileña y un rubio alemán empapados pero, sin embargo, sonrientes por haber encontrado un lugar de refugio para pasar la noche. La chica, enseguida, se descalzó de las zapatillas de ciclista y se cambió en un pis-pas y preguntó por la posibilidad de cenar un par de huevos fritos con patatas fritas; algo a lo que Victorino volvió a negarse tajantemente. Pero la brasileña, muy zalamera, sonrió a Victorino y le rogó, imploró y suplicó, una y otra vez, hasta que el afamado hospitalero accedió.
Victorino, durante el sobrio refrigerio, nos hizo gala de su particular espectáculo de beber del porrón con el vino cayendo hasta su boca. Una demostración confirmada por un par de recortes de periódico del Diario de Burgos (si no recuerdo mal) y diversas fotos en la pared de su modesto albergue. El camino atesora en variados lugares este tipo de notables personajes, los cuales convierten los recuerdos de las duras etapas en cálidos «susedidos»
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