Jose Almeida, hospitalero de Tábara en el Camino Sanabrés, recuerda su encuentro de hace unos años con Tomás de Manjarín, una persona, un peregrino, un hospitalero, que ha sabido estar, donde más se le necesitaba, cuando más se le necesitaba. En el inhóspito Manjarín, allí donde los inviernos muestran toda su crudeza y donde el peregrino que llega en medio de una ventisca, encuentra ese oasis salvador que no olvidará jamás. Tomás es Patrimonio inmaterial del Camino, sólo es un hombre en medio de la montaña dispuesto a socorrer al peregrino.
Únicamente aquellos que no le conocen bien, se atreven a hablar libremente de Tomás de anjarín, una persona, un peregrino, un hospitalero, que ha sabido estar, donde más se le necesitaba, cuando más se le necesitaba. En el inhóspito Manjarín, allí donde los inviernos muestran toda su crudeza y donde el peregrino que llega en medio de una ventisca, encuentra ese oasis salvador que no olvidará jamás.
Tomás, era un comerciante que tenía en Madrid una tienda de juguetes y de artículos deportivos al que su inquietud, le llevó en el año 1.986 a recorrer un camino que parecía renacer de sus cenizas, pero muy pocos se aventuraban a recorrerlo. Peregrinó desde León y como a muchas personas les iba ocurriendo, encontró en el camino lo que sin darse cuenta estaba buscando en su vida.
Se había dado cuenta que no conseguía encontrar su sitio y fue entonces cuando lo dejo todo y volvió al lugar en el que se había comenzado a encontrar a si mismo. Llegó a Ponferrada con algunos proyectos y sobre todo con muchos sueños, esos que van naciendo en las mentes inquietas que solo se pueden aplacar cuando te encuentras haciendo lo que realmente te gusta y por las tierras del Bierzo fue deambulando intentando encontrar ese lugar en el que pudiera sentirse especialmente a gusto y donde encontrar la felicidad que estaba buscando.
Intentó sin éxito poner en marcha una cooperativa agrícola, pero el individualismo que todavía tienen los castellanos, hizo que el proyecto no saliera adelante y para subsistir, se dedicó al pastoreo, se hizo cabrero en el Valle del Silencio y fue en ese cometido cuando se contagió de unas fiebres que denominaban de Malta y estuvo un tiempo bastante mal, hasta que Jesús Jato en abril del año 94 le llevó hasta los invernaderos que tenía en Villafranca del Bierzo para que se pudiera recuperar.
Allí pasó ayudando a Jesús un tiempo y fue teniendo un contacto directo con los peregrinos que comenzaban a aventurarse por aquel camino y fue un peregrino de Alcañices, el que le hizo ver el lugar en el que debía estar, allí donde los peregrinos necesitarían su auxilio esos días gélidos de invierno.
El peregrino llegó bastante maltrecho a Villafranca y le comentó a Tomás las inclemencias que sufrió en lo alto de la Cruz de Ferro y cuando llegó hasta los restos desolados de Manjarín, su ánimo comenzó a flaquear y estuvo a punto de darse la vuelta, porque no se sentía con ánimos de seguir adelante. Si hubiera encontrado en Manjarín a alguien que le hubiera ofrecido un caldo caliente o un café, todo hubiera sido distinto y aquella aciaga jornada, se habría convertido en una jornada épica de ese camino para el peregrino.
Sin darle más vueltas, Tomás, se dio cuenta que los peregrinos le necesitaban en Manjarín y hacia allí se marchó, sería esa alma salvadora que en los días de invierno estaría esperando a los peregrinos con una sopa caliente para reanimarles y sobre todo para ayudarles a continuar su camino.
Fue en esas fechas cuando Tomás comenzó a tener una estrecha relación con el Circulo Templario de Ponferrada y desde entonces no se ha apartado de esta filosofía llegando a considerarse como el último autentico de esta estirpe que entre otras cosas, se dedicaron a la protección de los peregrinos.
Pero en aquellos años, Manjarín era un solar en el que no había nada, cuatro restos de un antiguo refugio para los peregrinos, pero nada más, había por delante un trabajo muy importante que hacer para convertir aquel lugar en un sitio acogedor en el que los peregrinos sintieran el calor que Tomás deseaba proporcionarles.
Entonces comenzó una ardua batalla contra la administración municipal y los intereses que el poder tiene siempre para controlar cada cosa. Consiguió que la base del ejercito que había en la zona le proporcionara la luz que necesitaba en el refugio, pero el ayuntamiento se la quitó, trató de empadronarse en Foncebadon y no le aceptaban su solicitud lo que le llevó a ponerse en huelga de hambre durante una semana para denunciar las injusticias que se estaban cometiendo con quien solo quería ayudar a los peregrinos que por allí pasaban.
También tuvo que proveerse de agua potable y encontró un manantial que había a 300 metros y una de las labores diarias, consistía en acarrear el agua necesaria que necesitaban los peregrinos y con un garrafón y un carretillo transportaba el agua necesaria en cada jornada.
Pero, a pesar de la bendición que para los peregrinos representaba la estancia de Tomás en Manjarín, las autoridades locales y las personas que desconfían de todo lo que va siendo aceptado por una minoría, no podían soportarlo y las presiones para que se marchara de allí, fueron constantes.
Cuando no era el corte de la luz que se le suministraba desde la base militar, era el envenenamiento del agua del manantial o los perros que tenía en Manjarín morían envenenados o las ruedas del coche aparecían pinchadas, todo eran trabas a la tarea que estaba haciendo de una forma desinteresada en este oasis del camino.
Llegó ese momento en el que te das cuenta que no se puede ser un Quijote, porque cuentos más molinos derribas, más molinos se van poniendo en el horizonte y todo tiene ese limite que también a Tomás le había llegado a superar y por su mente fue planeando la idea de dejarlo todo, porque se empezaba a encontrar cansado de tanta lucha estéril.
Siempre hay algo que hace que las cosas cambien y cuando el ánimo de Tomás se encontraba ya dispuesto a dejarlo todo, ocurrió algo que muchas veces suele ser fruto de la imaginación, uno de esos sueños que en ocasiones tenemos aunque nos encontremos despiertos pero son los que nos ayudan a tratar de verlos cumplidos.
Era un 19 de julio y el constante transito de peregrinos que hay en los meses estivales, hizo que Tomás se encontrara más cansado que otros días y se fue pronto a la cama dejando que un hospitalero que estaba ayudándole se quedara hasta que todos los peregrinos se hubieran retirado a sus literas.
Por la mañana, cuando como era su costumbre, Tomás se levantó antes de amanecer, para contemplar como cada día le gustaba la salida del sol, se dio cuenta que no era un amanecer como todos los demás. Entre él y la línea del horizonte, percibió una silueta que más que una visión, creyó estar en uno de esos sueños que aparecen durante la noche.
Vio a una hermosa mujer que se encontraba descalza y con un largo vestido azul que danzaba mientras el sol iba apareciendo por la línea del horizonte y Tomás contempló aquella escena como uno de esos regalos que a veces tenemos y a los que no somos merecedores de contemplarlos, solo quizá para algunos elegidos.
Fueron unos minutos inolvidables y casi eternos los que Tomás estuvo contemplando aquella hermosa escena hasta que la desconocida se percató que estaba siendo observada y con la libertad que proporcionan las cosas que se hacen muy despacio, la desconocida fue dejando su danza mientras dejaba caer la cabeza en el hombro del atónito hospitalero que no salía de su asombro.
No tenía ninguna duda, estaba soñando porque aquello no podía ser verdad y Tomas pensó que si el cielo era ese estado en el que ahora se encontraba, había llegado a su paraíso y ya no quería nada más.
El hospitalero, se acercó a Tomás y le dijo que la mujer era una peregrina que había llegado a las doce de la noche, apenas traía equipaje, solo lo que le cabía en un pequeño zurrón que colgaba de su hombro y la había acogido como a un peregrino más.
Llegaba la hora de la oración que se hacía para los peregrinos a las ocho de la mañana y Tomás se dio cuenta que en contra de lo habitual, ningún peregrino se marchaba, había una docena en el interior, pero en el exterior había cinco docenas más de peregrinos que querían presenciar la oración que se hace a diario en Manjarín.
Tomás abrió la Biblia sin buscar nada en concreto y comenzó a leer, era el pasaje en el que se anuncia la llegada de dos Ángeles peregrinos, pensó que estaban siendo demasiadas casualidades para que aquello fuera normal, pero siguió adelante con la oración y cuando terminaron, salieron al exterior donde todos cantaron el Aleluya.
Se acercó hasta la cruz y se arrodilló y en ese momento se acercó la peregrina que le dio un abrazo que estaba cargado de una emoción indescriptible y acercando sus labios al oído del hospitalero le susurró:
-Debes permanecer siempre aquí.
En ese momento se separó un metro de la peregrina y esta puso su mano en su corazón y de la nada, apareció en la mano una rosa y en ese momento todo el espacio abierto, se inundó de un aroma y una fragancia que solo los pétalos de las rosas son capaces de desprender.
Tomás, pensó que de nuevo volvía ese ánimo que un día le llevo hasta aquel lugar, renacía ese sentido esotérico que algunos peregrinos dan al camino, a esa peregrinación tan especial que están recorriendo en la que Cristo va caminando con cada uno de los peregrinos.
Cuando Tomás pidió a la peregrina la credencial para registrarla y poner su sello en ella, vio que era una mujer drusa, que había comenzado su peregrinación el 25 de diciembre del año anterior y que el lugar desde el que había partido era Jerusalén.
Mientras Tomás observaba como la peregrina se iba alejando, pensó en todas las casualidades que habían ocurrido durante la ultima hora y se fue dando cuenta que no eran casualidades, se trataba de esas causalidades que a veces encontramos en el camino y que nos hacen ver cual es nuestro camino y para él, como le había dicho aquella peregrina, ese era el lugar y el camino que debía recorrer en su vida.
Unos días más tarde, un equipo de la televisión que estaba haciendo un reportaje que pensaban emitir el día del apóstol, se acercó hasta Manjarín, era un viejo amigo de Tomas quien venía como responsable y le entregó un regalo, era un cuadro de la Virgen que el periodista pensaba que estaría bien en cualquiera de las estancias de aquel hospital de peregrinos y cuando Tomás lo desenvolvió, no se lo podía creer, la imagen que había en el rostro de aquella Virgen, era la de la peregrina que unos días había llegado para darle ese animo que estaba comenzando a flaquear.
Fue entonces cuando Tomás se dio cuenta que la peregrina era en realidad un ángel que había venido para darle las fuerzas que necesitaba para seguir haciendo la labor que un día se había propuesto en aquel inhóspito y apartado lugar del camino.
Habrá quienes cuando lean esta historia, piensen que es fruto de una mente iluminada, pero no es el primer peregrino al que le ocurren estas cosas, esas son las que proporcionan al camino esa magia especial que lo mantiene con el paso de los siglos y hay unos pocos elegidos que son capaces de ver en ellas lo que alguna vez han estado buscando.
El ánimo del hospitalero volvió a renacer y a pesar que hay momentos en los que se pregunta que hace allí, la imagen de la peregrina vuelve a su mente para ratificar que sigue en el buen camino.
Con el paso de los años, la vida de Tomás en Manjarín y la de los peregrinos se va haciendo más soportable. Ahora disponen de placas solares para que la electricidad no falte en el albergue y para traer el agua se dispone de unos motores que simplifican el trabajo de tener que acarrearla.
Pero todos los años hay que proveerse de más de cinco mil kilos de leña para que en el interior del albergue se pueda estar a 15 o 20º mientras en el exterior el termómetro desciende casi siempre a temperaturas bajo cero y desde que llega la primera nevada que en ocasiones se adelanta a la celebración de la virgen del Pilar, ya no se deja de quemar leña hasta Semana Santa.
Tomás sigue con la costumbre de orientar a los perdidos peregrinos y cuando la niebla o la nieve se acomodan en la Cruz de Ferro, el hace periódicamente sonar la campana para que sigan sus tañidos y lleguen hasta el confort de Manjarín.
También Tomás ha visto como el camino ha ido evolucionando a peor y desde que en el Xacobeo del año 10 hubo una avalancha de albergues light, la proliferación de turistas en el camino ha ido desplazando de una forma alarmante a los peregrinos que ya no se sienten cómodos y para Tomás, como para muchos que llevan mucho tiempo en esto, la culpa de todos los males que adolecen al camino la tiene la iglesia que no ha sabido ver la riqueza cultural y espiritual que el camino y los peregrinos podían aportarles y ha visto solo el lado crematístico de la peregrinación y lo está explotando de una manera torticera y hasta ruin.
Por eso, cada vez hay más hastío en los que de una forma desinteresada se han implicado en ayudar a los peregrinos ofreciendo la hospitalidad tradicional que ha caracterizado a este camino y se van dando cuenta que no tiene sentido seguir trabajando para quienes solo buscan en camino esa moda pasajera tan efímera como lo son todas las modas y tan destructiva también como lo son todas las modas.
Pero en el Camino siempre quedaran esos lugares que son un patrimonio inmaterial y aunque este invento decaiga hasta el letargo, estos lugares como Manjarín y personas como Tomás, siempre quedaran en el recuerdo de los que vieron en el camino esa ruta de peregrinación especial.
Texto extraído del Facebook de Jose Almeida
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