Los monjes se negaron a tales pretensiones y Alfonso reunió un pequeño ejercito de 50 hombres y se fue a desenterrar los restos del santo, pero cuando estaban cavando todos se quedaron ciegos. El hidalgo señor de Lebeña se encomendó a Dios para que le liberase de aquel castigo divino a cambio de renunciar a los restos del santo y a su propio patrimonio, que cedería a los frailes. De esta forma, todos los miembros de la comitiva del conde recuperaron la vista. Esta es la leyenda del conde de Lebeña, aunque también se refieren otras relacionadas asimismo con la iglesia prerrománica de Santa Maria de Lebeña.
El lugar donde se edificó el templo era un antiguo lugar donde crecía un tejo, árbol sagrado de los cántabros, que servía de reunión para ritos ancestrales de culto a la naturaleza, teoría sostenida por haber descubierto en la iglesia una losa con símbolos celtas de dibujos solares y espirales.
Por aquellos años de la construcción del templo, el conde Alfonso contrajo nupcias con doña Justa, una mujer mozárabe procedente de Al Andalus, pero la esposa añoraba el cálido sol del sur de la península. El amor del noble para con su esposa era tan grande que dispuso traer un olivo de Al Andalus, que fue plantado junto al tejo, a las puertas de Santa Maria de Lebeña, como símbolo del amor entre Alfonso y su esposa Justa. Hoy en día, el olivo milenario permanece en el lugar mientras que del tejo queda sólo el tronco ya que un rayo lo «arruinó» casi en su totalidad.
Desde entonces la Virgen de Santa Maria de Lebeña, conocida como la Virgen de la Buena Leche porque está amamantando al niño, es testigo eterno del amor de los Condes de Lebeña. Cuentan que hay parejas que vienen a este lugar para rezar y pedir a la Virgen que les ayude a tener hijos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario