La leyenda cuenta que la ermita de San Martín fue en la edad media monasterio, que acogía a los peregrinos del Camino de la Montaña. Así, un buen día, llegaron al convento dos peregrinas, las cuales, lógicamente, fueron admitidas en la abadía. Pero las jóvenes viajeras optaron, primero, por descansar unos días y, luego, divertirse por las noches bailando con algunos de los monjes del claustro.
La fábula relata que por entonces --no existe documentación fehaciente al respecto-- el abad de San Martín de Valdetuéjar era San Guillermo, el cual en su juventud había peregrinado a Santiago de Compostela, y que a su vuelta a Italia fundó congregaciones benedictinas con una regla muy austera pues no se permitía en las comidas el vino, la carne y la leche, y, además, durante tres días a la semana, los monjes solo podían ingerir verduras y pan seco.
Así, el santo prior del convento observó que algunos frailes estaban muy fatigados durante las oraciones y rezos matinales. Sus sospechas de relajación de la regla de San Benito y la celebración de los guateques nocturnos fueron certificados, de forma que castigó a las peregrinas convirtiéndolas en sirenas del río Tuéjar; mientras que los afligidos y arrepentidos monjes fueron sancionados a modelar las imágenes de dos sirenas en los capiteles de la abadía como aviso a otros pecadores.
Esta ermita románica de San Martín de Valdetuéjar del siglo XII fue reconstruida en el XVIII manteniendo varios de los elementos originarios como las mencionadas sirenas y siendo declarada monumento histórico artístico en 1983.
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