Fue en 1095 cuando Girondo, joven noble de la región francesa de Auvernia, contrajo la enfermedad. Por entonces el centeno era el cereal con el que, en muchas regiones de Europa, se hacía pan, llamado «pan de los pobres», infectado por el hongo del cornezuelo, que contaminaba los cultivos del centeno. Así, Gastón de Valloire, padre del muchacho enfermo, hizo voto de ofrecer sus bienes si San Antón curaba a su vástago, cosa que ocurrió a los pocos días. Padre e hijo cumplieron su promesa y, a partir de ese día, vestidos con un hábito negro con la letra tau azul en el pecho se dedicaron a curar los enfermos aquejados por «El Fuego de San Antón». Así nacía una de las órdenes religiosas más enigmáticas y desconocidas de la cristiandad; la Orden de los Caballeros de San Antonio, cuya constitución fue aprobada por el papa Urbano II, llegando a extenderse por los caminos de peregrinación de toda Europa ---con más de 370 hospitales--- y siendo, además, los encargados de la salud dentro de la curia vaticana.
Los monjes de San Antonio lograban éxito sanando esta rara enfermedad en muchas ocasiones porque lo que realmente sucedía era que «El Fuego de San Antón» no era una enfermedad infecciosa, sino una intoxicación por comer el pan elaborado con centeno infectado por el hongo que atacaba las cosechas, epidemia muy extendida, principalmente, a lo largo de los pueblos del norte de Europa, pues tenían como base de su alimentación el pan de centeno. Al contrario que en la Europa meridional, donde se nutrían con el pan de trigo.
Los peregrinos y peregrinas infectados pedían a los clérigos antonianos que tocasen sus extremidades con su báculo en forma de Tau (letra hebrea y griega utilizada por la iglesia por parecerse a una cruz y, también, empleada por San Francisco como su firma); aunque la realidad era que los cuidados de los monjes cuando, por ejemplo, llegaban enfermos por «El Fuego de San Antón» al convento de Castrojeriz en el Camino Francés, se limitaban a alimentarles con pan de trigo, de modo que los contagiados dejaban de comer el perverso hongo y podían recuperarse, aunque tiempo después al regreso a sus lugares de origen podía repetirse la enfermedad.
Hoy el día del Convento de San Antón en Castrojeriz sólo mantiene sus muros y columnas, sin techo, aunque en los últimos 20 años la Fundación San Antón se ha encargado de dar vida a las ruinas y abrir un albergue, el cual ha acogido a más de 15.000 peregrinos y peregrinas, manteniendo el espíritu de los monjes antonianos dando cama, cena y desayuno sin contraprestación económica alguna.
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