Pasado un tiempo, el joven sirviente decidió construir unos brazos para el Santo Cristo y con mucho cariño elaboró dos preciosos miembros que completaron la imagen del Cristo crucificado. Así, Miguel quedó muy contento con el trabajo realizado y continuó acudiendo a la capilla para sus rezos diarios.
Meses más tarde, en uno de los viajes que Miguel realizaba en mula al servicio de su señor, tuvo que vadear el río Carrión, el cual bajaba muy crecido. La mula perdió el equilibrio y se ahogó dejando al muchacho, desamparado a merced de la corriente, y pasando grandes apuros de muerte.
Fue entonces cuando Miguel prometió al Santo Cristo de su devoción hacerle una ermita si se salvaba. Se salvó y fiel a su promesa vendió todo cuanto tenía y comenzó a construir el templo, hasta donde trasladó al Santo Cristo, en una explanada cercana al castillo, en un lugar que era cruce de caminos. A los pies de la imagen del «Crucificado» puso un letrero que decía: «A devoción de Miguel, de apellido Santiago, se va a construir aquí una ermita para el Cristo del Amparo».
Con las limosnas que Miguel iba recaudando y con la ayuda de cinco mil reales que consiguió del rey, construyó el oratorio. A partir de entonces, la ermita del Santo Cristo del Amparo se convirtió en parada obligada de peregrinos y peregrinas del Vexu Kamin de la Montaña a Santiago, arrieros y pastores de la Cañada Real Leonesa, que allí encontraban hospedaje y descanso. Esta capilla del Cristo del Amparo, que también se encuentra bajo la advocación de la Virgen del Carmen, es el principal santuario de la devoción guardense. En torno a esta iglesia y coincidiendo con las fiestas religiosas los días de la víspera de la Ascensión, el Carmen y el primer domingo de setiembre se reúnen en la explanada los devotos de toda la comarca.
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