El Monasterio de San Salvador se beneficiaba del usufructo de los bosques comunales, que le proporcionaban madera de roble para la construcción y también carbón vegetal a utilizar en sus ferrerías, que fundían y forjaban el mineral de hierro en metal. Todo este «imperio» económico era administrado por el Monasterio de Urdax mediante arrendamientos o cesiones a familias de los alrededores; sólo les faltaba conseguir el mineral de hierro en cantidad suficiente para que sus beneficios continuasen prosperando.
Las minas de Somorrostro y Galindo de Bizkaia se convirtieron en proveedores del Monasterio de Urdax, aunque, inicialmente, se encontraron con la prohibición, según el Fuero Antiguo de «sacar del Señorío de Bizkaia mineral, ni otro metal, para hacer hierro para otros reinos». Pero los frailes premonstratenses eran hábiles litigadores pues llevaban pleiteando con los valles vecinos de Baztán y Zugarramurdi durante muchos años. Así, lograron, por real cédula y mandato real, la autorización y adjudicación de 10.000 quintales anuales de mineral de hierro de los yacimientos vizcaínos, que era traslado desde Portugalete, en barcaza por mar hasta San Juan de Luz (Donibane Lohizune en Euskera), donde los frailes poseían un muelle en usufructo; luego, aguas arriba por el rio Urdazuri hasta Askain y, desde aquí, en una carreta tirada por una yunta de bueyes hasta Urdax, donde los religiosos regateaban el precio al intermediario vizcaíno hasta llegar a un acuerdo.
Esta es, a grandes rasgos, la relación comercial que el Monasterio de San Salvador de Urdax tuvo con los yacimientos de mineral de hierro vizcainos en la Edad Media y que, hoy en día, se «reconstruye» todos los años en la primera semana de agosto. La historia posterior cuenta que los problemas fueron «acorralando» el poder y prosperidad del convento urdazubitarra en los siglos venideros, sobre todo desde el fallecimiento de Carlos, el Principe de Viana; el incendio de julio de 1526 que destruyó la iglesia y la biblioteca y el asalto y saqueo en la noche del 13 y 14 de septiembre de 1793 por las tropas francesas, que incendiaron y saquearon el pueblo, destruyendo el hospital de peregrinos, el molino, las ferrerías, el órgano y la biblioteca con todo su archivo, incluidos manuscritos e incunables, además, de parte un bosque cercano.
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