Lo cierto es que la realidad del discípulo, Saturnino, era otra, según cuenta su maestro San Valerio, que le califica en sus escritos de, «soberbio, ladrón y apóstata». Así, este aprendiz de fraile, en un acto de arrogancia, decidió emparedarse en una cueva para buscar la soledad y la oración, conminando a que nadie atendiese sus necesidades. Pero Satanás «supo del desafío» y se presentó en la cueva para atormentar al monje durante el día y la noche, propósito que logró finalmente. Saturnino fue derrotado por la maldad del diablo y salió muy enojado de su encierro; se apropió de muchos de los libros escritos por San Valerio y, montado en un borrico, huyó del lugar vociferando y echando pestes en contra de la comunidad de sus hermanos religiosos, sin que a partir de ese momento se volviese saber de él.
Esta historia y muchas más ocurrieron en este «Valle del Silencio» donde San Fructuoso de Brácara erigió el Monasterio Rupianense (consagrado a San Pedro y San Pablo), en recuerdo de un castro desaparecido llamado Rupiana. Mucho tiempo después, se nombra abad a San Valerio, un religioso eremita del Bierzo, que amplió y confirió un gran impulso al monasterio, sobre todo mediante las enseñanzas de los libros manuscritos por este prior. Finalmente, la invasión de los musulmanes arrasa el convento, que vuelve a ser levantado de su ruinoso estado a comienzos del siglo X por San Genadio de Astorga, ermitaño visigodo, que conservó su fe cristiana en medio de las tierras musulmanas. Hoy en día, este Monasterio de San Pedro de Montes esta siendo restaurado por la Junta de Castilla León.
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